La jornada electoral en Venezuela se presenta como un nuevo capítulo en la compleja historia política del país. Este domingo, 21,4 millones de ciudadanos están llamados a elegir a 24 gobernadores, 260 legisladores estaduales y 285 diputados a la Asamblea Nacional. Sin embargo, la pregunta que resuena en la mente de muchos es: ¿deberían votar o abstenerse? La respuesta no es sencilla y refleja la polarización que ha caracterizado a la política venezolana en los últimos años.
El gobierno de Nicolás Maduro ha intensificado sus esfuerzos para movilizar a sus seguidores, utilizando recursos públicos y la retórica de la guerra. Durante el cierre de campaña, Maduro afirmó que el país enfrenta una «ofensiva terrorista» y acusó a la oposición de estar vinculada con fuerzas externas. Este discurso bélico se ha convertido en una constante en su administración, que busca justificar la represión y el control sobre la disidencia.
Por otro lado, la oposición se encuentra dividida. María Corina Machado, una de las figuras más prominentes de la oposición radical, ha instado a la población a no acudir a las urnas, argumentando que el sistema electoral carece de legitimidad. Esta postura es compartida por el Partido Comunista, que también critica al Consejo Nacional Electoral (CNE) por su falta de transparencia. En contraste, otros líderes opositores, como Henrique Capriles, abogan por la participación electoral, argumentando que es crucial hacer sentir la voz de la oposición, incluso en un contexto adverso.
La historia reciente de Venezuela está marcada por elecciones controvertidas. En 2005, la oposición se abstuvo de participar en las elecciones a la Asamblea Nacional, lo que permitió al oficialismo consolidar su control. En 2018, la oposición decidió no participar en las elecciones presidenciales, lo que resultó en una victoria casi sin oposición para Maduro. Sin embargo, en 2015, la oposición logró un triunfo abrumador en las elecciones legislativas, aunque no supo capitalizar ese éxito. La desconfianza hacia el sistema electoral ha llevado a muchos a cuestionar la validez de participar en un proceso que consideran manipulado.
La situación se complica aún más con la crisis humanitaria que enfrenta el país. Millones de venezolanos han abandonado su hogar en busca de mejores condiciones de vida, y aquellos que permanecen se enfrentan a una economía devastada y a la represión política. La retórica de Maduro, que se presenta como un protector de los inmigrantes, busca desviar la atención de los problemas internos y consolidar su base de apoyo.
La tensión no solo se limita a la política interna. La controversia territorial con Guyana sobre el Esequibo ha reavivado el nacionalismo en Venezuela. El gobierno ha llevado a cabo una consulta popular sobre este tema, que, aunque con baja participación, mostró un apoyo abrumador a la reclamación venezolana. Este conflicto territorial se entrelaza con los intereses económicos, ya que el Esequibo es rico en recursos naturales, incluyendo petróleo, lo que añade una capa adicional de complejidad a la situación.
La postura de Estados Unidos en este contexto también es relevante. La administración Trump ha expresado su apoyo a Guyana y ha impuesto sanciones a Venezuela, lo que ha exacerbado la crisis económica. La retórica soberanista de Maduro se mezcla con la necesidad de desviar la atención de los problemas internos, utilizando el conflicto con Guyana como un medio para unir a la población en torno a un enemigo común.
A medida que se acercan las elecciones, el dilema entre votar y no votar se convierte en un reflejo de la desconfianza generalizada hacia el sistema político. Los abstencionistas representan un sentimiento mayoritario de desconfianza y apatía, mientras que aquellos que eligen participar lo hacen con la esperanza de que su presencia pueda marcar la diferencia, aunque sea mínima. Este escenario plantea interrogantes sobre el futuro de la oposición y la viabilidad de un cambio político en un país donde la represión y la manipulación electoral son la norma.
En este contexto, los venezolanos se enfrentan a una decisión crítica que no solo impactará su futuro inmediato, sino que también definirá el rumbo de la política en el país. La jornada electoral del domingo no es solo una oportunidad para elegir a sus representantes, sino también un reflejo de la lucha por la democracia y la justicia en un país que ha sufrido demasiado.